miércoles, 1 de junio de 2011

SONIDO ESPACIO E IDENTIDAD.

El sonido posee un papel determinante en la representación mental del espacio, ya que contribuye de manera decisiva a la integración y aprehensión del mismo. Entre el espacio y las vidas de las personas se desarrollan significados particulares que establecen conexiones no sólo físicas sino también sociales, culturales, geopolíticas, etc.


Todo sonido tiene su historia cultural para contar. El sonido es la “voz” de una sociedad, de un paisaje, de un medio ambiente.

Nuestra existencia está vinculada al sonido; cada situación, cada época de nuestras vidas posee un sonido de fondo… un telón sonoro que forma parte de nuestra experiencia emocional y cuya sola audición puede detonar la evocación y el recuerdo, contribuyendo al vínculo y (re)significación de los diferentes lugares en los que hemos estado y desarrollado nuestras vidas.

Tales significados y sus expansiones implican lo que podríamos denominar la identidad sonora de un lugar, es decir el punto de inflexión y contigüidad remota que determina la identificación de los habitantes con el (su) espacio sonoro.

Dicho de otro modo, el espacio urbano en su multiplicidad de estímulos produce ambientes y entornos sonoros bastante diferenciados entre sí, como la plaza, el colegio, la feria o el terminal de buses, cada uno dotado de su propia serie de sonidos, emergencias y perturbaciones acústicas, que les confieren a estos espacios una localización específica y sui generis en el damero mental y emotivo con el que sus habitantes. internalizan la ciudad.


GEO 44.11 parte de la idea de que los espacios públicos suenan, ofreciendo a los oídos del perceptor una atmósfera sonora particular e identificable que retroalimenta su sentido de pertenencia… de pertenencia a un espacio ubicuo en la memoria individual y colectiva con el que se establecen múltiples relaciones de apego y territorialidad en la medida de que dicho lugar responde al sentimiento de permanecer reconocible, representativo y cotidiano.


Ambiente Sonoro:


El termino paisaje sonoro, o soundscape, se define como la manifestación acústica del lugar. Corresponde a la suma de todos los sonidos dentro de un área determinada y refleja las condiciones sociales, políticas, tecnológicas y naturales de tal espacio. Si comprendemos los significados del sonido comprenderemos lo que un lugar, una sociedad están diciendo acerca de sí mismos. (Westerkamp, 2002).


En un ambiente o paisaje sonoro natural muy pocas veces un sonido enmascara o se superpone a otro, posibilitando así una mayor profundidad del campo audible en virtud de su silencio. En terminos de Murray Shafer y del equipo del proyecto Paisaje Sonoro Mundial, un ambiente sonoro de este tipo configura lo que ellos han denominado un Paisaje Sonoro de Alta Fidelidad o HiFi, vale decir, un continuo sonoro en armonía con los ritmos y los ciclos naturales que hacen del habitar humano una verdadera metáfotra tribal en donde la aldea es localizable en función de su horizonte acústico, ósea, en el área o dominio sonoro ocupada por aquellos sonidos que sus habitantes reconocen como propios y como propios del lugar y que les otorgan la sensación de amplitud mental, ubicuidad, colectividad y pertenencia.


En el caso contrario, un ambiente sonoro propio de la gran urbe, uniformizado por el sonido de motores, alarmas y el bullicio de multiples fuentes tratando de sobresalir ante las otras, el paisaje sonoro se manifiesta como una espesa trama de sonidos que en términos del equipo de M. Shafer configuran el llamado Ambiente Sonoro de Baja Fidelidad, o LoFi y cuya complejidad perceptiva deriva de una sobresaturación de estímulos sonoros que interrumpen y dificultan la apreciación del ambiente, como si un muro se cerrara a nuestro alrededor apartándonos del entorno y reduciendo nuestro horizonte acústico hasta un nivel tal que ya no oímos ni siquiera nuestros pasos al caminar, la respiración o el roce de nuestras ropas al movernos. Presas del ruido vamos replicando nuestra sordera e individualismo ante el mundo, la realidad, la familia y los otros…


Es un hecho que el paisaje sonoro de la actualidad es claramente una fusión de los ambientes hifi y lofi, un entramado cuya influencia se disemina por la ciudad de manera variable posibilitando la emergencia de rincones y entornos diversos en los que la reverberación de un pasillo, la quejumbre de un puente o los ecos de un estacionamiento subterráneo coexisten y armonizan con el oleaje de un muelle, el deslizarse de un río, el rumor de una industria o con el bullicio de la feria.


En nuestro campo de pruebas por ejemplo, el trino de los pájaros, el río, la lluvia y el viento se mezclan con los sonidos de la infancia y los oficios; el tren, la zapatería, el carretón, la curtiembre y el molino se funden –y sucumben- con el sonido de motosierras, camiones y maquinarias forestales y también con las emisiones tecnológicas de una postmodernidad inconclusa y fragmentaria que en su diacronía y suspensión connota a fin de cuentas el entorno sonoro de la (g)localidad y su periferia obsecuente.


Ruido, Cultura y Silencio:


Para el investigador Detlev Ipsen el ruido no es otra cosa que un estímulo sonoro que provoca frustración en el oyente. Por ejemplo, leer, escribir, estudiar, dialogar o dormir suelen ser procesos que se ven dificultados por un exceso de volumen o por la estridencia de una emisión sonora. No obstante, una disposición a la escucha también hace del ruido un estimulo estéticamente apreciable.


Los indicadores de ruido y silencio sólo pueden entenderse en un marco de referencia cultural. Es la cultura la que define el sistema bajo el cual se desarrollan las formas de comunicación y es la cultura también la que define el volumen aceptable o la fidelidad aceptable de una emisión sonora.


Individualmente, nuestros gustos y disgustos tienen mucho que decir. Los ambientes sonoros que buscamos o evitamos, por lo que nos exita o nos frustra, operan como condicionantes de la situación perceptiva. Lo que es ruido para algunos no lo es necesariamente para otros.


Probablemente un ambiente LoFi resulta ensordecedor y complejo para el habitante de una zona rural y del mismo modo, el silencio del campo resulta soporífero para un habitante de la urbe.

Como sea, nuestra relación con el sonido, el ruido, la escucha y el silencio, es mucho más amplia y compleja de lo que solemos sopesar.


Pensemos en la siguiente frase del músico y artista sonoro John Cage: “El significado esencial del silencio es la pérdida de atención.. el silencio no es acústico… es solamente el abandono de la intención de oír”. (1951)

El proceso de escucha, entendido como la acción de oír, de percibir el sonido de una forma sensible, consciente y activa nos recuerda que a diferencia del ojo el oído carece de un sistema de párpados. Por defecto, desde pequeños, aprendemos a bloquear y filtrar de manera automática e instintiva diversos estímulos auditivos que de lo contrario colmarían nuestro sistema nervioso, el que debe sostener sin mayores interferencias nuestra sensación de seguridad y control.

Lo mismo sucede desde una perspectiva cultural; el adoctrinamiento social, la religión y el mercado moldean conductualmente nuestra escucha… de eso se tratan las denominadas “acústicas de control” y el muzak: de filtros artificiales enmascaradores y silenciadores inducidos para modular subliminalmente “que” y “cuanto” escuchamos y que tan sensibles y perceptivos somos y seguimos siendo a nuestro entorno, necesidades y continuidad existencial.


Si el silencio existe o no, si se trata de una intención, de un estado o de una ausencia, en la práctica suele ser sólo un detalle. Sin embargo, la irrupción de una carretera, de un aeropuerto o de una industria en nuestro espacio sonoro inmediato puede ser todo un problema, una perturbación categórica de nuestros ciclos y procederes habituales. De igual modo, si una fuente sonora que nos ha acompañado desde siempre deja repentinamente de sonar -como sucedió en Curacautín con el pito de la fábrica Mosso- también se modifican y afectan para siempre nuestra relación con el territorio y los procesos identitarios y representacionales que continuamente (re)elaboramos como individuos y sociedad.


He aquí el asunto.-



© Jorge A. Olave Riveros, 2009.



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